HOMENAJE AL POETA ARGENTINO JOSE PEDRONI
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Centenario de la fundación de la ciudad de Esperanza - 1956

Discurso de José Pedroni leído en la plaza San Martín de la ciudad de Esperanza el 8 de setiembre de 1956, con motivo de cumplirse el centenario de la fundación de dicha localidad.
 
 
En  nombre de  la  Comisión  Conmemorativa  del  Centenario
de Esperanza, habló el poeta José Pedroni, quien, después de
dar  la  bienvenida  a  las  autoridades  concurrentes, agregó . . .
(Diario El  Litoral - Santa Fe, sábado  8  de  setiembre  de  1956)
 
 
“Un siglo es poco en la vida de una ciudad. Las hay, en el mundo, que inscriben su edad por milenios; que han nacido y renacido. Hay las que murieron y las qué, sobre ruinas monumentales fueron construyendo nuevos monumentos, de suerte que las culturas milenarias y la cultura del siglo enfrentan al hombre que se acerque a hablarles y le cuentan, con lenguaje desigual pero sin embargo comprensible porque contienen las voces del trabajo humano, la historia de sus vidas. Profundos filósofos y artistas brillantes han dialogado con las ciudades eternas, aquellas que en cada piedra tienen escrita la epopeya de su andar en el tiempo, y nos han legado en libros y obras magistrales, el relato de su hablar con ellas. Un siglo, en fin, es lo que suelen alcanzar a vivir algunos hombres, y aquí mismo, en nuestro pueblo, tenemos viejecillos que son reliquias –y de las mejores, porque han vivido luchando, que es como decir que amaron y sufrieron–que son reliquias, repito, de los años iniciales de la colonia. Muchas veces nos hemos acercado a la fuente de su recuerdo para extraer de ella, con mano amorosa, la flor marchita y sin embargo tan perfumada de la epopeya colonizadora”.
 
Se preguntó luego el por qué de la jerarquía y brillo asignado al centenario de Esperanza y dijo seguidamente:
 
 “Nosotros, pagados de halago, nos damos a pensar que nuestra ciudad inspira, como las mujeres bellas y virtuosas, sentimientos de simpatía; que su clima grato y sus calles hermosas atraen el ánimo de la gente que la ha visitado o tenido noticia de ella. Pensamos que se la quiere como suele quererse a veces a algunas personas, sin que se sepa bien por qué, sin que para ello haya mediado ninguna especial circunstancia. algo de esto habrá, sin duda, ya que las ciudades, como los seres humanos, tienen su carácter y tienen su espíritu y, como aquéllos, atraen o no”.
 
“Pero, señoras y señores, lo que da rango y categoría a nuestra celebración, lo que hace tan entrañable a nuestro pueblo, lo que le procura una vivencia tan cálida, es su origen, la forma en que ha nacido, el calor que tenía cuando era sólo un sueño, cuando solamente era una idea en el pensamiento de algunos visionarios. Lo que la hace tan peculiar, tan querida a los corazones, en su génesis preclaro, su hermoso acto de fe, el mensaje que su creación encierra, la emulación que implica y el ejemplo que señala. Lo que vuélvela tan señera –pueblo entre pueblos– es el programa que involucra su nombre, el estilo que surge de sus premisas esenciales; es, en fin, y para resumirlo en pocas palabras, su contextura de semilla y su destino de planta. La simiente del trigo, el cereal que da el pan que está en nuestra mesa, ha sido la piedra fundamental de si edificación. Esperanza es, por ello, ejemplo liminar en nuestro suelo patrio, es el ensayo primo ¡tan henchido de sugerencias y validez todavía!”
 
“La tierra fue el premio al trabajo de los colonos, fue la recompensa a su esfuerzo sin desmayo, a su vigilia y a sus dolores. Y a la tierra, desde antiguo, es el hogar y es el pan; es la tranquilidad para el futuro y el bienestar para el hijo y para los hijos de éste. Bien mirado, el hombre no hace otra cosa en la vida que desbrozar el sendero para que el andar de su simiente sea más dichoso que el suyo. Con la tierra se pagó el trabajo de los colonos, y al hacerlo, se inscribió en las páginas de la historia de la patria uno de sus capítulos mejores, el de su progreso. Para que éste pudiera ser escrito, el Santo de la Espada armó su brazo, y por eso él está en nuestro monumento a los agricultores, puesta la mirada, a la vez dulce y severa, en lo lejos. Por sobre las pasiones y rencillas pequeñas, abarcativas de todo suelo argentino”.
 
“Nuestra comisión ha dicho en sus publicaciones que el hecho de Esperanza es de carácter transformador porque fue el motor de la reforma agraria, y especialmente el ensayo proliferó, conmoviendo la llanura virgen y subdividiéndola para el trabajo. Ello está representado y escrito en el frontispicio de nuestra Casa Municipal, porque ese pensamiento había arraigado antes en los primeros pobladores; hasta lo más arraigado, hasta el centro mismo del recinto de la sangre. Georges Dayer, tenaz defensor de la tierra para todos que era en Campo Comunal, es el símbolo de ese sentimiento apasionado”.
 
“¡La Tierra! La propiedad sobre la tierra trabajada por uno mismo era la imagen de la libertad y de la cultura, panes caros al hambre del corazón humano, ya que sin ellos en hombre cae en degradación y servidumbre”.
 
“Reparad, señores, en que Esperanza nació, puede decirse, al calor del preámbulo de nuestra Tabla de las Leyes, a su llamado generoso a “todos los hombres de buena voluntad que quisieran habitar el suelo patrio”. A sólo un año de la caída de la tiranía siniestra, abatida por el brazo justiciero de Urquiza; solamente a mes y medio de la sanción de la Ley Fundamental; la consigna alberdiana de poblar hallaba ocasión apropiada para hacerse realidad, precisamente aquí, en este trozo de suelo marginado por el río amargo e indómito. Y este trozo de suelo tomó, como no podía por menos ocurrir, un nombre tan luminoso cuales son los títulos maternos, éstos que conmueven por igual al creyente y al descreído. La esperanza, la fe, sea lo que fuere, es siempre lo mejor del espíritu del hombre, y nuestra colonia fue llamada “de la Esperanza” justamente porque a su creación se le dio ese sentido, porque su nacimiento auguraba la fe en su repetición ininterrumpida. Se le dio este nombre porque la faena agraria es lo que estaba esperando la patria; la faena que tenía por fin echar los cimientos de su futura grandeza y progreso, destinados a involucrar tan naturalmente el futuro desarrollo industrial del país. Se ha dicho, y con razón, que el quehacer vinculado con la tierra y el quehacer vinculado con las fábricas son las columnas sobre las que debe descansar la plataforma de la ventura nacional; que de la hermandad gemela de su desarrollo depende el porvenir de la patria. Nuestra ciudad es fotografía y resumen de esta verdad de la sociología argentina”.
 
“A su imagen y semejanza nacieron muchos pueblos: son los pueblos –ciudades algunas– que nos rodean y a quienes alcanza este homenaje, porque en conjunto –yo diría que en espiga– configuran una zona particular de nuestra patria, dan relieve propio a una comarca en que el suelo no pesa sobre el corazón del hombre porque aquél ha sido puesto a su servicio. Y he aquí, pues, otra de las razones por las cuales el hecho de Esperanza despierta cariño, como lo despiertan siempre, las acciones ejemplares, aquellas que sugieren ser imitadas y seguidas por todos, porque se ve en ellas un bien común y valioso”.
 
“Esperanza, culta, sin analfabetos, sin hijos naturales, sin atentados a las personas y a la propiedad, respetuosa de las ideas y creencias, es espejo de lo que habría llegado a ser hoy nuestra patria si su ensayo hubiese sido más abarcativo y si se lo hubiese sembrado, como se siembra la semilla buena, en todo su territorio. La población del país, quintuplicada de lo que hoy es cuanto menos, labraría, creo yo, con mejores recursos su futura grandeza y progreso, como lo hicieron aquellos esforzados gringos en 1856 y sus hijos, y como lo hacen hoy sus nietos en este solar argentino. Y permítaseme formular una pregunta, con la mano puesta no sobe mi corazón que es sólo el corazón de un hombre, sino en las enseñanzas de Evangelio y del Cristianismo: Si así se hubiese hecho, ¿no sería hoy la sonrisa con que el hombre saluda a su hermano, más sencilla y más buena; más cordial y comprensiva?”
 
“El Excmo. señor presidente de la Nación ha dicho, hace poco, que los indiferentes y los incondicionales son quienes labran los males mayores que aquejan a los pueblos. ¡Palabras sabias! Tan breves cuán condensadas. Creo que hombre de bien, por encima de cualesquiera otra discrepancia, ha de rubricarlas con su aprobación y su aplauso. Y bien, traigo a colación esto porque nosotros mismos, hoy y aquí, gozamos de inapreciables bienes legados por nuestros antepasados en razón de que éstos no fueron ni indiferentes ni incondicionales. Jamás pecaron de ello. A todo prestaban deferencia, en todo ponían condiciones. Defendían con valor y denuedo ejemplares, sus derechos a la tierra, a la autonomía de su municipio, a participar en las pujas políticas y a publicar sus opiniones acerca de éstas. Supieron protestar, con gran calor y energía, quizá luchando contra su propia dificultad para expresarse en un idioma extraño, cuantas veces fueron objeto de injusticia, de incumplimiento de lo que estaba pactado. De igual modo eran celosos para con sus deberes. Tal, señores, la escuela que nos legaron. Sepamos beber de ella”.
 
“Esperanza es el molde vivo en que deben inspirarse todos: gobierno y pueblo y partidos, para hallar soluciones a los problemas de la patria; es fuente de inspiración fecunda y es por ello que me he permitido solicitar vuestra atención sobre ella en este día de sus cien años gloriosos, convencido de que este es el mejor homenaje que podemos rendirle”.
 
Expresó más adelante que los esperancinos “un tanto orgullosamente” llaman a la conmemoración “la conmemoración de la cuna agraria” y a su pueblo “cuna de la colonización agraria del país”, y después de otros ajustados conceptos, terminó su discurso con estas palabras:
 
“Esperanza, que es madre, sonríe con sus hijos reunidos en su vejez gloriosa; se esfuerza por creernos, y por el milagro de su vientre y de su nombre, llega a creer en las promesas que aquí nos formulamos y llora de alegría porque así sea”.
 
José Pedroni


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POETA  
  Yo fui niño una vez,
pero hace mucho.
Me dormía enroscado en la vereda.
Hay una voz que todavía escucho.
Hubo una mariposa. Era de seda.

Debió pisarme
alguna vez un hombre.
Debió mirarme una mujer dolida.
Yo no me acuerdo.
No tenía nombre.
Era, me acuerdo,
como liebre herida.

Enamorada de mi sangre sola
que se dormía al sol
en cualquier trigo,
la mariposa entraba en mi corola.

Yo no sé lo que ella hizo conmigo;
pero ella iba detrás de mi amapola,
ella y la voz que me llamaba amigo.

José Pedroni - 1961
 
SITUACIÓN  
  Paloma, espiga y ancla,
a 31 grados y 25 minutos
de latitud Sur
-línea del río y la calandria-
y 60 grados y 56 minutos
de longitud,
está mi tierra: Esperanza.

Es un pequeño punto palpitante
hacia el norte del mapa;
boya del trigo verde
corazón de la pampa.

José Pedroni - 1956
 
PLOMADA  
  Cuelga de un hilo de pescar la pesa
y es un pequeño mundo,
suspendido.
Un ángel invisible la sostiene.
Señala el centro de la tierra,
herido.

Sigue su vertical,
hombre constante,
y llegarás a Dios,
hombre afligido.

José Pedroni - 1963
 
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