Discurso de José Pedroni, leído en Esperanza el 25 de octubre de 1953 en ocasión de la serie de homenajes nacionales al cumplir 30 años con la poesía.
Reproducido por el semanario «Propósitos»
de Buenos Aires en su edición del 12/11/53
Amigos; yo tenía pensado, para echarlo aquí, un discurso de ideas formales que abonaban citas apropiadas y donde había muchas sentencias agudas, varias ocurrencias felices y hasta el grano de pimienta de algún dicho mordaz de uso común; todo lo cual servía para daros con gravedad el informe de mi experiencia en el arte y en la vida; para agradeceros con belleza e ingenio esta gran demostración de aprecio que no olvidaré nunca, y para expresaros con eficacia aquella verdad que uno juzga nueva y que es el mensaje de la madurez. Deploro defraudaros en vuestra expectativa. El poeta ha optado por traer aquí sus versos, viejos y nuevos, donde según él, todo está dicho con sinceridad, claridad y economía, en pies y tonos ajustados a su rudimentaria flauta de bolsillo. El verso nunca ha valido menos que la vieja y conocida prosa en la expresión de nuestro sentir y pensar. ¿Acaso el canto del payador no acompañó con su consuelo y estímulo a quienes rastrearon en esta tierra la libertad, y en las cargas de la patria la vidalita del guitarrero no supo adelantarse al toque del corneta? Repasando lo cantado, veo que es muy poco lo que tengo que agregar, porque felizmente yo nunca he hecho literatura para mi consuelo o recreo, y no he vivido de espaldas a mi pueblo, sino con él y en su drama. Enamorado del hombre y de todo cuanto él mira y toca, me he movido siempre en cuerpo y alma con la muchedumbre, como la gaviota con la nave, y de este permanente enlace de lo individual con lo colectivo, he llegado a producir, según vosotros, una obra de contenido humano y social donde el pueblo se encuentra a sí mismo y me otorga la única gloria a que aspiro: la de verlo como se apodera de mi canto y cómo empieza a destruir mi nombre. ¿Cuáles son los valores positivos que mi verso no ha exaltado, la mala causa que no ha denunciado, el llamado de amor que no ha hecho? Los poemas de la colonización agrícola ponderan los hechos que son punto de partida de la conquista de nuestro progreso mediante la civilización de la tierra, e invitan al país a mirar con respeto a los invasores del arado y a gobernantes y empresarios que hicieron posible el advenimiento de esa ventura. Los poemas de la maternidad son un jubiloso canto a la vida en una tierra de paz y trabajo. El pan santificado por el cotidiano esfuerzo y su precio de sudor y sangre, son la sustancia de todos los poemas proletarios de la fábrica. En La mesa de la paz se acusa a los enemigos del hombre y se da la fórmula, mi fórmula, de preservar la vida. De la cobardía que supone tener un pensamiento generoso y no ponerlo en acción y de la diferencia que existe entre la teoría que no arriesga nada y el acto que compromete, se alude en el Canto al muchacho muerto a puntapiés, donde, a la vez se recuerda al escritor que la pluma es en su mano un arma al servicio del espíritu humano y no un juguete para una literatura de evasión, inactual e infecunda. Mi pronunciamiento categórico contra la dominación injusta y cruel que despoja al hombre de su dignidad, desata el miedo y fomenta la adulación la hallaréis en el Canto al ciudadano del mundo. Mi abandono de un mundo viejo por la esperanza tiene su certificación en el Canto del compañero de ruta.
Mi anticolonialismo y mi amor a la patria, devotos de Martí y San Martín, están en Las Malvinas. Finalmente, en Río Salado y Suelo santafesino, mi desbordado apego por el solar nativo, a quien declaro aquí dueño de mi canto, de mi vida y de mi muerte.
El escritor, el artista en general es un maestro. La condición noble del maestro exige honradez, bondad de vida y moral heroica; todo lo cual se siente en su voz.
El maestro da luces al pueblo. Para darlas, tiene que amar a éste, mirarlo en sus ojos y pulsarlo en su alma. Tiene que conocerlo y creer en su capacidad de superación. En el lenguaje con que el propio pueblo comenta su drama están las voces y figuras más eficaces para llegar a la emoción del hombre, educar sus sentimientos e iluminar su mente. El pueblo rechaza las formas misteriosas, por él desconocidas, de comunicación. El magisterio del arte se cumple se cumple plenamente en un clima de libertad, y reclama la vinculación de todos los maestros del espíritu. La incomunicación entre la gente de letras, y de ésta con el pueblo, es una desgracia para el país y un enemigo de su progreso. Una de sus consecuencias trágicas es la desorientación y tristeza del artista, que no le halla sentido a su vida de mensajero porque el artista es útil y es feliz en cuanto su verdad se difunde y discute en función de cultura. Por el diálogo, que pone en lidia las ideas, se llega al entendimiento que es confianza y alegría, y del brazo de éstas es como toda la comunidad avanza. Nuestra crisis de inteligencia no será resuelta mientras persista una literatura de soledad, hija del pesimismo, la presunción, el desapego o la cobardía. Esta literatura es tan negativa como aquella otra que ignorando el sentido militante de la cultura, se aísla en zonas de simpatía que reducen el empuje del conjunto. Los intelectuales no pueden dividirse según sus pasiones e intereses, sino que deben agruparse conforme al derecho legítimo del pueblo de ser servido, orientado y amparado por ellos. Y para el cumplimiento de este irrenunciable deber, el pueblo, que contiene todas las ideologías y creencias, ha puesto solamente dos condiciones: ser honrado y amar al hombre.
Es evidente que impera un gran silencio, parecido al que se produce en un bosque lleno de pájaros cuando se dispara un tiro. Y es también cierto que el artista no es el único responsable de que el canto haya cesado en parte. El cazador está preso; pero el estupor que no reacciona en busca de una salida, señala una declinación en la capacidad de acción de quien debe cantar para no morir. Este decaimiento de la iniciativa de defensa, ¿qué explicación tiene entre nosotros? ¿Es decepción frente a un sueño no cumplido? ¿Es resultado fatal de un largo disfrute despreocupado y voluptuoso de la comodidad? Puede haber algo de lo uno y de lo otro; pero, a mi ver, es consecuencia de haber ignorado al pueblo. Y en su hora de prueba, el escritor, el artista, se encuentra solo y desconcertado frente a un pueblo que no lo reconforta porque no lo reconoce.
Pero hay un digno y superior camino de recuperación. Nos señala la bandada que pasa alta y fuera de tiro, discurriendo en magnífica unidad sobre el rumbo del vuelo y el canto.
Sin que nadie renuncie a las propias convicciones, en un ambiente en que ellas puedan ser expuestas y debatidas libremente, hallaremos, con la salud y felicidad, las nuevas formas de comunicación con el país. Tenemos que aproximarnos y coincidir siquiera en un mínimo de colaboración por la cultura y su desarrollo. La acción es de todos los intelectuales con conciencia histórica que consienten en la preservación de nuestras tradiciones democráticas, y también de todas las personas interesadas en nuestro progreso social por la vía del trabajo en común, el canto y la paz.
Los hombres de pensamiento de otros países que soportaron guerra y ocupación, ya ha mucho que conversan y luchan por hallar una salida a la luz. Lo hacen en presencia de sus pueblos ansiosos de abandonar la angustia. Hagamos nosotros lo mismo en esta tierra joven y ancha, y no tardaremos en hallar nuestro mañana. Para que ello sea posible, unamos nuestras voluntades y marchemos sin miedo hacia los mayores goces y derechos, porque el abismo en que la sociedad puede hundirse no está, según la siempre vigente expresión de Victor Hugo, delante de nosotros, sino atrás hacia donde algunos nos quieren retroceder.
José Pedroni