Prólogo imposible a José Pedroni
Difícil tarea concebir a la distancia un texto en torno a los versos descubiertos por un poeta en la geografía secreta de su sensibilidad y su asombro. Más difícil aún si dicho poeta habita en el hilo frágil y engañoso del parentesco, y es que a José Pedroni lo encontré por casualidad, a los 10 años de edad, agazapado en una suerte de estantería en la que Ana María, hija suya y madre mía, depositaba en desorden versos cotidianos, herramientas de labranza, proclamas humanistas, recetas de cocina, libros de Shakespeare y fotografías del porvenir…
Por unos años, aquellos versos musicales me invitaron a situar la mirada en el viento y a explorar los bolsillos del afecto y la sensibilidad humana. Gracias a la poesía de aquel abuelo distante y mítico, que hablaba con las mariposas mientras éstas se posaban en la palma de sus manos, construí un continente sin fronteras y el espejo de mi vida no fue sólo el de la crueldad que reinaba en Guatemala, sino el de la trayectoria libertaria de una bicicleta alada o del asombro que la maternidad produce en la marea imprudente del placer.
No me gusta leer ni escribir prólogos. Mucho menos para libros de poesía. En parte porque estoy convencido de que la poesía –así lo dicta mi experiencia como lector– es una incursión meteórica, casi instantánea, en la imaginación, en los sentidos, en el olimpo de imágenes sensibles inconfesables, aunque muevan a la acción y produzcan cambios definitivos en el destino de un individuo o un pueblo entero. Y en parte porque el riesgo de la mediocridad y la arrogancia es demasiado grande.
¿Cómo descubrió Pedroni al poeta que llevaba dentro?, ¿cómo lo descubrió el tímpano sensible y maltratado del pueblo, origen y destino de su inspiración? La verdad de la poesía se borra en la medida que se la empuja hacia el fango de las certezas o hacia el desierto de la historiografía y la crítica periodística. Solamente por esto, y a riesgo de traicionarme (no escribir prólogos, no habitar en la certeza, no pretender explicar el silencio del océano…) quiero afirmar, rotundamente, que Pedroni fue descubierto como poeta mucho antes que los críticos lo utilizaran para encumbrarse como tales, o se atribuyeran como propias imágenes que nacieron compartidas... En otras palabras, Pedroni primero iluminó a los albañiles de Esperanza, a los carpinteros de Gálvez y a los viejos inmigrantes europeos –cuyos ojos pendían del árbol del olvido hasta que apareció su poesía– y luego a los exégetas profesionales y a las “mejores plumas críticas del momento”.
Estudiado como lírico, reivindicado como épico, proclamado poeta social… Una cosa es cierta, Pedroni perdura porque en sus versos anidan las metáforas que destierran a la indiferencia en favor del porvenir.
Sergio Valdés Pedroni.
Guatemala, febrero de 2007