La casa de los tres kilos (*)
Eran las quince horas y veintiocho minutos
de un día trece.
Hermosos de cuerpo,
van a la muerte.
Para tomar la Casa de los Tres Kilos
hay que morir tres veces.
Ellos lo saben,
porque así fue siempre.
Saben que resucitarán
como la hierba verde.
Dijo el amor:
“¡No vayas, Gutiérrez!”
Dijo el dolor:
“¡Echevarría, quédate!”
Pero amor y dolor de novia y madre
querían que fuesen,
porque aquel trece de marzo
no existía la muerte,
porque nunca ha existido
para la hierba que vuelve.
Segados fueron y multiplicados
los quince o veinte.
Muertos, tomaron el palacio
que se ponía verde,
y uno de ellos _cualquiera_,
uno de ojos ausentes,
en el sillón de la República
se sentó transparente.
Tenía por medalla una amapola.
Su camisa era de hierba que vuelve.
Allí estaba sentado
cuando llegó el presidente.
En la Casa de los Tres Kilos
manda el color que crece.
Lavan la sangre, esconden los fusiles,
pero el color se extiende.
Está en los mármoles, en las alfombras,
en los galones de los coroneles,
en sus medias, en los pañuelos
con que se secan la frente. . .
Y está subido a los árboles
que cortan y reverdecen.
Porque aquel trece de marzo
no existía la muerte.
Porque nunca ha existido
para la rama que vuelve.
Porque Cuba volvía de la Sierra
Con sus tambores verdes.
(*) “La Casa de los Tres Quilos”: popular tienda de la Habana (Cuba), que vendía artículos de a quilo (Quilo: centavo cubano pre-revolución). “la Casa de los Tres Quilos” fue el nombre en clave utilizado por los revolucionarios cubanos para denominar al Palacio Presidencial de La Habana, sede del gobierno del dictador Fulgencio Batista, en el fallido intento de asalto a dicha sede el 13 de marzo de 1957. (N del E)