¡Bienhaya el diablo, muchacha,
que te devolvió la vista!
Hasta ayer fuiste en el pueblo
mordaz marisabidilla.
Manos con leche cuidadas,
uñas en sangre teñidas;
en la cintura una vaivén
de mal gusto, y más arriba
frutas en papel de seda
y boca de brasa viva.
Nada digo de tus ojos
porque ellos nada sabían.
Hermosos ojos robados
a alguna niña dormida.
¡Qué mal te querían todos,
todos los que te querían!
Qué mal tu novio de escuela;
qué mal tu primera amiga;
qué mal tu tío el herrero,
ahumado como su pipa;
qué mal la vieja lechera,
negada como madrina,
que en jarros trae del campo
a la luna derretida.
¡Qué mal te querían todos!
Hasta yo te malquería.
Rencor te guardaba el sol
por la joya mal habida
de tu melena de sol
peinada con manzanilla.
Rencor el aire andariego
por tu manera agresiva
de llevarlo por delante
si te esperaba en la esquina.
Rencor la hierba que quiso
mojarte el zapato un día.
Rencor la espina que quiso
seguirte en la media fina.
Por todo el pueblo un murmullo:
“¡allá va la desteñida!”
Pero el diablo (fino talle,
barba en punta, vista fija)
cuando menos lo esperabas
puso un niño en tus rodillas,
y huyó colgado de un tren,
al viento la capa viva.
¡Bienhaya una vez el diablo!
¡Qué hermosa estás, desteñida!
La noche vuelve a tu pelo.
En tus ojos se hace el día.