No sé quién eres, mujer,
si el Pudor o si la Gracia;
sólo sé que estás desnuda
sobre los ojos del agua.
Una mano en la vergüenza,
las piernas entrecruzadas;
la otra mano sobre el pecho:
palomas que se te escapan.
Hacia un peligro de pasos,
sorprendida la mirada.
Tienes la edad del ensueño
_para ti el tiempo no avanza_,
y eres virgen a juzgar
por tu temblor en el agua.
Llegaste aquí _según dicen_
dentro de unas cuatro tablas:
hace de eso muchos años,
sobre el hombro de la fama.
En la hierba todo un día
te tuvieron mal tirada.
No vino nadie por ti.
De ningún lecho faltabas.
Con la punta de los pies
los niños te avergonzaban.
Aquella noche la luna
no salió _cuentan las ramas_.
Se envolvió toda de nubes
haciéndose la alunada.
Más tal como te pusieran
te hallaron a la mañana:
una mano en la vergüenza,
las piernas entrecruzadas.
Y dijo el guardia del parque,
socarrón, entre las damas:
_No vino el hombre de piedra.
Faltó anoche a su palabra.
A lo largo de tu cuerpo
la espera estaba llorada.
Mujer, cuán hermosa estás
en tu círculo de agua,
lleno de peces que sorben
tu temblor entre las algas.
Mujer te lo digo yo.
Los demás no saben nada.
Si sin respirar te espío,
¡ay, la duda que me asalta!
Yo también cuando era niño
jugaba a hacerme la estatua.
No es de piedra tu silencio
cuando te leo en voz baja.
De niño, los cuentos lindos
también me petrificaban.
No es rocío lo que lloras
si falto alguna mañana.
No es del cielo tu rubor
si te clavo la mirada.
Tuyos son los golpecitos
como de lluvia en mi espalda.
Tuya la voz misteriosa
que me hace volver la cara.
Si hasta creo que me sigues.
Si hasta creo que me amas.
¿Verdad que sabes mis versos?
¿Verdad que con ellos cantas?
Mujer, cuán hermosa estás
para venirte a mi casa.
Mujer, una de estas noches
saldré pegado a las tapias,
llevando debajo el brazo
mi capa, mi vieja capa.
¿Adivinas para qué,
divina mujer sin faldas?
Llegaré hasta donde estás;
te tiraré un poco de agua,
o te soplaré en los ojos,
o te besaré en la espalda.
Tú, como de un hondo sueño,
te despertarás tocada,
dejando caer un polvo
de mármol en la fontana.
Postrer puñado de harina
para los peces del agua.
Luego te hallarás desnuda;
luego te verás mirada.
Y como es fuerza que llores,
llorarás desconsolada.
¡Qué dulce será sacarte
en brazos de entre las aguas!
¡Que dulce por la cintura
conducirte sin palabras!
Tu frente de “más allá”
resplandecerá en la plaza.
Mirándonos, sin creer,
el guardia será una estatua.