Monumento a la agricultura
Todos los jefes de familia están en el monumento.
Todos los hombres.
Heine, Rousseau, Wagner, Racine. . .: todos los nombres
de aquel extraordinario momento.
Pero no están las mujeres
que son la fe y el nacimiento.
No están ellas, la de los largos quehaceres.
Ningún nombre de madre en el monumento.
Está Gazpoz, que molió el trigo;
Carrel, que fue juez, de los mejores;
Jaquín que tuvo en cada pájaro un amigo,
y Favre, que fue maestro de colonos cantores.
Pero no están las mujeres, no; no están.
Ellas, suma de dolores.
Ellas, que siguen a los hombres adonde los hombres van.
Ellas, las que aman las flores.
María Eugenia Joillot, porque fuiste
quien trajo a la vida la niña y el niño
de tanta madre triste,
yo grabo en la piedra tu nombre con cariño.
También el tuyo, María Rosalía,
mudado en Hermana Candelaria
por la tristeza del día.
Y el tuyo, Paulina Coq, que sembraste el olvido
en redor de tu casa solitaria.
Y el tuyo, Constancia Dumont del buen sentido.
Y el tuyo, María Paciencia,
vencedora del dolor con la ciencia
de la hebra y el tejido.
¡Pero que hago con tu nombre, Ana Esser de lino
que no alcanzaste a llegar!
El río te robó en el camino.
No te dejó tejer, ni heñir, ni sembrar.
Fue culpa de tu pelo
grato para peinar.
Formo tus letras contemplando el cielo.
La estrella es tu lugar.