Serafina de Bellevaux
Serafina Voisin siete hijos tenía.
Eran una pendiente de Francisco a Leonía.
(De los siete separo dulcemente a María
para que la miréis como gloria del día).
Serafina Voisin adoraba su tierra.
Era de la Saboya, que a su mundo se aferra:
salto, colina, valle, precipicio que aterra
y antiguo monasterio donde el monje se encierra.
Serafina Voisin, como quien dice el haya,
la flor de las alturas y la silvestre baya.
Pero un día el esposo quiere cambiar de playa.
Serafina lo escucha; lo escucha y se desmaya.
El cielo sobre el valle se deshoja precoz.
Todo Bellevaux está blanco, blanco como el arroz.
Serafina entre piedras va a la casa de Dios.
“Seguirás a tu esposo” manda la antigua voz
Y Serafina deja de reir y cantar.
Sus noches son ahora de coser y plegar.
En una caja pone pañuelos de llorar,
y en otra los retratos, la Biblia y el collar.
Así llegan las últimas horas, dolorosas.
Serafina se ha puesto su pañuelo de rosas.
Dice adiós a las cumbres, al castillo, a las losas.
Sabe que no regresa, y lo saben las cosas.
¡Bienhaya tu destino de llanto, madre alpina!
Feliz el que te espera: la tierra sancarlina.
En tu esposo es el roble y en tus hijos la encina.
En ti son las palabras colina y golondrina.
¡Bienhaya tu destino de siembra, Serafina!