Mujer: ama al obrero, el de las manos;
ámale en su simpleza, sin rubor;
ámale con todo tu amor.
Con él tendrás hijos sanos.
Ama al herrero de potente brazo,
capaz de matar de un mazazo
al que ofenda tu honor.
¡Ama!
Ama al buen labrador,
fiel como un can
debajo de la cama;
ámale, que es el señor del pan.
Ama a su segundo, el panadero,
por la misma razón.
Ámale con todo tu corazón.
Ama al carpintero
que hace su propia mesa,
simple, pero sin masilla.
(La mesa,
la cuna,
la silla. . .)
Ama al guadañero
buscador de la luna
en la verde gramilla.
Ama al minero
respetado en su facha,
y al leñador,
por el rayo de su hacha.
Ámales en su malhumor.
Ámales con todo tu amor.
Ama al pocero
que con tesón de armadillo
se hunde hasta el barro amarillo
para darle un espejo al lucero.
Ámale en su aparente locura.
Ámale, por el agua pura.
Ama al fogonero
de la saliva amarga.
Ama al marinero
de los barcos de carga.
Ama al ladrillero
que hace ladrillos para todo el mundo.
Ama al albañil rubicundo
que, como buen jilguero,
le pone un gajo a su palo mayor,
para cantar mejor.
Ama al hojalatero
que es el encargado
de bajar a la lluvia del tejado
con suavidad de caballero.
Ama al jardinero
bien hablado
(milagro de la flor).
Ama al pescador dicharachero.
Ama al pintor pintarrajeado.
¡Mujer, ama al obrero!