Papá Tuñín: Hoy te dieron de baja.
Es lo peor que pueden haberte hecho.
De regreso a tu casa,
llevas un tiro en el pecho.
¡Qué dirá tu mujer;
qué tu hija, acostumbrada a ver
en tu persona al jornalero impar!
Dejarán de barrer.
Se pondrán a llorar.
Papá Tuñín, el capataz activo
que valía por diez:
desde hoy eres el hombre
que “fue jefe una vez”,
con una pensión en diminutivo,
como tu sobrenombre.
En mi función de contador
por última vez escribo tu nombre
_Antonio Bonocuore_
en el libro mayor
y lo encierro en un trazo
envolvente, de abrazo,
que para mí tiene un símil: el lazo,
y una equivalencia: la flor.
Mañana
_si es que esta noche puedes dormir_
al primer grito
ondulante del pito
saltarás de la cama
y te empezarás a vestir.
Será un segundo nada más,
un terrible segundo
“en una apartada región del mundo”.
Luego te dirás,
mirándote al espejo,
avergonzado:
_¡Qué error, Papá Tuñín!
No es para ti el llamado.
Tú lo vez, eres un viejo.
Sirves para un jardín. . .
Papá Tuñín: Yo soy el responsable
de tu apodo.
Te lo puse por tu sonrisa amable
a través del taller,
como si fueras el padre de todo,
y por tu dulce modo
de reprender,
y por el no menos de palmear
a las máquinas que no querían marchar,
como si cada máquina tuviera un ser.
¡Pobre Papá Tuñín!
Holgando, tu pena no tendrá fin.
Tú hubieras querido hacer
lo que todos los viejos:
quedarte en el taller
para dar consejos.
Con un impoluto traje de brin,
ya corregir un pliego,
ya consultar la hora,
ya revisar la fila zumbadora
de muelas que orinan fuego.
Andar,
salir,
volver,
renegar,
¡y sobre todo sonreír!,
en una mano el puñado de estopa,
el metro en el bolsillo de atrás,
y sobre el pecho una barba de Anás
blanqueada con azul de ropa.
Pero esto no puede ser.
Las fábricas no tienen corazón.
Te quedarás en casa con tu grima, (1)
a fumar, a leer,
a soplar el carbón.
Y ojalá que tus piernas nunca quieran
llevarte hasta el taller
que fue tu cima,
pues tres lobos hambrientos ya te esperan
para echársete encima,
a saber:
que tu banco, por viejo, fue quemado;
tu torno mal vendido, por lerdo,
y algo más triste aún: que tu recuerdo
es una máquina que se ha parado.
(1) Grima: Disgusto, desagrado (N del E)