El edificio
1
Todos vamos a construir el edificio.
Aquel que el hombre quiere.
Será nuestro edificio.
Lo construiremos en el valle sin lágrimas,
o en la planicie sin gritos,
o junto al bosque del canto;
pero mejor si al lado del río,
porque será grato ver el agua libre
desde nuestro edificio.
Lo construiremos
para los siglos.
La montaña y el árbol
nos darán los signos.
Montaña inconmovible, árbol frondoso,
serán por siempre unidos.
El labrador pondrá
su verano de trigo.
El jardinero pondrá
su primavera de lirios;
el panadero, su mañana de pan;
el minero, su noche de carbón escondido.
Las mujeres pondrán su día entero.
Es su destino.
Lo traerán en el enfaldo:
hilado, fruto o niño.
El poeta pondrá su bellas palabras.
Serán para el frontispicio.
El escultor pondrá, para el jardín,
su “hombre tranquilo”.
Los ancianos, su tarde de silencio.
Los infantes, el alba de sí mismos.
Todos pondremos nuestra jornada alegremente.
Nadie podrá llegar y decir: “Todo esto es mío”;
porque esta frase cruel
habrá desaparecido.
Tendrá que decir con nosotros
“Este es nuestro edificio”,
como ya se dirá de la tierra, “nuestra tierra”,
y de la vid, “nuestro racimo”.
Será llamada la Ciudad del hombre
donde se alce el edificio
y Plaza del amor y la victoria
donde se oigan los martillos.
Allí, en el aire libre,
hombres, mujeres, niños,
se detendrán con la mirada en alto
a ver subir la viga y los ladrillos;
a saludar al de arriba
-¡Eh, amigo!-
y a deslumbrarse con la llama azul
que une lo desunido.
Se oirán palabras como “árbol nuestro”
al pie del edificio;
como “arca de salvación”;
como “sueño cumplido”;
como “principio y fin del vuelo”;
como “nudo de todos los caminos”.
Eso se oirá decir
al pueblo reunido.
“Arenilla del cielo”
será llamado el polvo de ladrillo.
Un desbordado mar
de arroz, de verde trigo,
verán los constructores desde arriba,
y lo dirán a gritos.
Dirán: -Venid a ver el mundo,
¡eh, amigos!.
La paz reina en los campos.
Hay ángeles en los ríos.
Son las garzas que han vuelto.
El fuego se ha ido.
2
Y cuando todo esté terminado:
el corredor de los niños;
la sala de los alumbramientos sin temor
y la del sueño tranquilo;
el mirador de Marie-Claude, atormentada, (*)
y ya de vuelta en los lirios;
el taller de Juan-Lucas,
desconocido,
pero vivo en el yunque junto al cual
amó, sufrió y murió sin apellido;
las ventanas sin rejas
de los creadores pacíficos;
el almacén del arroz
y de la sal, bien medidos;
la cuadra cálida del pan
y el lecho fresco de los vinos
(no habrá cuevas de miedo
en nuestro edificio,
porque en el cielo pájaro y avión
serán lo mismo),
del lado de la mies vendrá volando
el corazón del trigo
y pondrá en la saeta de los vientos,
blanco, su símbolo.
¡Que hermoso día para todos!
Será domingo.
(*) Marie-Claude Vaillant-Couturier declaró contra los nazis ante el Tribunal Internacional de Nuremberg en 1945. Fue testigo del genocidio de judíos y gitanos en el campo de concentración de Auschwitz, así como también, miembro activo de la resistencia dentro del mismo campo. (N del E)