Bronce
Del tiempo que se fue queda en mis manos
un corazón de bronce.
Estaba en una cruz que se deshizo.
Tuvo su nombre.
Por caminos de trigo se llegaba
a aquel lugar, entonces.
Allí todos dormían bajo tierra
con las manos en orden.
Wagner, del Rhin, y Guillerón, del Jura,
el abeto y el roble.
Elísabeth, la del país del Aar,
y Marie, la de Argonne.
Ora inclinados hacia el sur,
ora hacia el norte,
guardaban aquel sueño de los justos,
altos, dos monjes.
golondrinas venían hasta allí
desde quién sabe donde.
Venían a las tumbas olvidadas
de los hijos del bosque.
Era el lugar del trébol no sembrado;
de la flor cruciforme;
del alma que se muestra en algún ave. . .
y lo deshizo el hombre.
De todo aquel país queda en mis manos
un corazón de bronce.
Fue amado por la lluvia, hija del cielo.
Me lo entregó sin nombre.