Romance del agua amarga
. . . y después de dos horas de pelea lograron hacerles
nueve bajas. . . El martes fueron traídos los cadáveres
por los mismos vencedores. . . y puede decirse que fue un
día de fiesta. . . A uno de los indios le contamos hasta cinco
balazos. . .
“El Colono del Oeste”, año II, Nº 87, 8/11/1879. Esperanza.
“El agua que era dulce, se fue poniendo amarga”.
(De la tradición oral).
Donde ponían el ojo
ponían la bala.
Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann cabalgan.
Luna del Cululú
mira redonda y alta.
Se ve una sombra en ella,
de caballo, empinada.
“Les daremos alcance
al rayar la mañana”.
Es todo lo que dicen
sin mirarse a la cara.
No pueden decir más
bajo la noche blanca.
Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann cabalgan.
¿Por qué se va la rama
verde de la lorada?
¿por qué el chajá y el búho
con sus pesadas alas?
¿por qué del aromito,
la paloma anidada?
Son cuatro yeguas negras
contra catorce, bayas;
cuatro fusiles negros
contra catorce lanzas;
catorce gritos largos
contra quinientas balas.
Caballos sin jinetes
ruedan y se levantan.
Relumbre de las crines
sobre la paja brava.
Los tres hermanos Lóttersberger
disparan y disparan.
Los tres hermanos Lóttersberger
contra toda la indiada.
(Paloma, ¿por qué lloras
entre las negras ramas?).
Como si fuera fiesta
dan vuelta las campanas;
como si fuera fiesta
campanas de Esperanza.
Ya viene, dando tumbos,
el carro con su carga.
Ya viene el carro negro.
Nadie en el carro canta.
Viene con nueve muertes.
No viene con alfalfa.
Cabezas de los indios
cuelgan desmelenadas.
¡Vengan a ver los indios
con sus pieles de gama!
¡Vengan a ver los indios,
madres, niños, muchachas!,
con sus ojos en blanco,
con sus melenas lacias,
con sus hermosos dientes,
con sus lustrosas caras.
Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann, en andas.
Como si fuera fiesta,
no hay un alma en las casas.
Sí, hay una, Magdalena
Morand, ciega y callada.
Todos detrás del carro,
hombres, niños, muchachas;
todos por un camino
de espigas inclinadas,
donde los pechirrojos
se encienden y se apagan
y las perdices silban
un reclamo que daña.
(Viudita, ¿por quién llevas
las alas enlutadas?).
Fermín González cuenta:
-¡Viera usted la gringada!
El cementerio lleno
como en día de ánimas.
Bajaron a los indios
con sus pieles de gama.
Hasta nueve bajaron.
Nadie decía nada.
De a uno los tiraron
en un pozo de agua.
“Dispué l’echaron tierra
pa que no noj miraran”.
Y el agua fue poniéndose
turbia, lechosa, amarga.