HOMENAJE AL POETA ARGENTINO JOSE PEDRONI
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Canto

Canto

 
. . . y,  en consecuencia  (los colonos), se vieron forzados a
quedarse  en  el  vapor que  los condujo, fondeado en la  mi-
tad  del  riacho. Viñas, que como  dependiente. . . vivía  fren-
te  a la  ribera. . .  no pudo dormir en toda la noche por causa
. . . de los cantos. . .  Cuando desembarcaron y vagaban por
la  ciudad  recogiendo y comiendo  las  cáscaras  de sandía  y
durazno,  la gente  vio  en  ello  una  amenaza para su subsis-
 tencia.                                                                                . 
Carlos A. Aldao: “Los Caudillos”.
Bs. Aires. 1925. Nota de la pág. 34.


 
Se apaga la luz y vuelve
en el almacén de vinos.
Severo Viñas no duerme.
Qué larga noche, de estío.
 
 
Llegó el canto que despierta,
de tierra extraña traído.
Severo Viñas no duerme.
Se ha puesto a mirar el río.
 
 
La nostalgia está cantando
en un vapor argentino.
Frente a Santa Fe callada
canta el dolor detenido.
 
 
Severo Viñas no duerme.
Tiene espinas de fastidio.
“¡Abran de una vez las puertas!
¡Dejen entrar al los gringos!”
 
 
El canto baja por fin,
demudado, contenido.
Lleva una espiga en la mano.
Lo siguen mujer y niño.
El canto vaga cantando
de un domingo a otro domingo;
mira con ojos azules,
duerme con pelo de lino.
 
 
El canto está en todas partes
-en la plaza, en el cabildo-,
con una espiga en la mano,
con una rama de olivo.
 
 
Severo Viñas protesta
por el canto mal querido:
“¡Abran de una vez las puertas!
¡Dejen entrar a los gringos!”.
 
 
El canto come en la calle
lo que dejan los vecinos.
El canto trueca en caballos
sus relojes de bolsillo.
 
 
Cambia su oro de esperanza
por oro en flor de aromito,
por plata de luna nueva
y por cobre de sol indio.
 
 
Al cabo de seis semanas
ya ha montado por sí mismo;
ya está sin pena y en marcha
el canto de sol y trigo.
 
 
Severo Viñas escucha.
El alba es dulce, de estío.
Se va el canto tierra adentro
con hombre, mujer y niño.

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POETA  
  Yo fui niño una vez,
pero hace mucho.
Me dormía enroscado en la vereda.
Hay una voz que todavía escucho.
Hubo una mariposa. Era de seda.

Debió pisarme
alguna vez un hombre.
Debió mirarme una mujer dolida.
Yo no me acuerdo.
No tenía nombre.
Era, me acuerdo,
como liebre herida.

Enamorada de mi sangre sola
que se dormía al sol
en cualquier trigo,
la mariposa entraba en mi corola.

Yo no sé lo que ella hizo conmigo;
pero ella iba detrás de mi amapola,
ella y la voz que me llamaba amigo.

José Pedroni - 1961
 
SITUACIÓN  
  Paloma, espiga y ancla,
a 31 grados y 25 minutos
de latitud Sur
-línea del río y la calandria-
y 60 grados y 56 minutos
de longitud,
está mi tierra: Esperanza.

Es un pequeño punto palpitante
hacia el norte del mapa;
boya del trigo verde
corazón de la pampa.

José Pedroni - 1956
 
PLOMADA  
  Cuelga de un hilo de pescar la pesa
y es un pequeño mundo,
suspendido.
Un ángel invisible la sostiene.
Señala el centro de la tierra,
herido.

Sigue su vertical,
hombre constante,
y llegarás a Dios,
hombre afligido.

José Pedroni - 1963
 
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