El trencito que vuela (*)
Imagínate un arca
llena de cosas,
de collares, de botellas, con barcos,
de pañuelos, de palomas. . .
y el ángel, y Sarmiento
que las arroja.
El collar luminoso
ya se va por los campos.
Míralo cómo corre por la vía,
cómo despierta pájaros.
Deja puñaditos de luces
de cuando en cuando.
El pañuelo se prende de la rama,
y es tan azul y blanco
que la escuela aparece
debajo del árbol.
La botella cae al mar.
Dispara un cañonazo.
Y vienen olas y más olas
con acordeón y canto.
La paloma da vueltas en el cielo
y hace crecer el campanario.
La golondrina pone el himno
en el hilo tirado.
También hay hombrecillos en el arca:
el del trigo en la mano,
el de la pluma en el sombrero,
el sin nada, descalzo.
Sarmiento los arroja, y en la tierra
todos caen parados.
Y un día dijo “basta”,
porque estaba cansado.
Se fue a hacer lamparitas de naranja
al país del verano.
En eso estaba cuando entró un trencito
de fósforo en su cuarto.
Entró por la ventana.
Le dijo: Vamos.
Entró y salió.
La luz se fue apagando.
El ya no respondía. Por el aire
se iba el trencito alado.
(*) Sarmiento es el mago de la patria, el genio de las extraordinarias mutaciones que cambian la fisonomía del país. Lo asiste “el ángel de la luz”. Es el que pide y exige, pero el que sirve. Su obra es para todos. Cuando todo está hecho, y ya no le queda por dar, se va a levantar su casita de descanso a la región de la madera. Quiere inaugurar aquélla con una fiesta de luces: prepara fuegos de artificio, contrata músicos, hace –como los naturales- lamparitas con cáscara de naranja. La gloria no es más que un trencito que vuela. (N del A)