La Balanza (*)
Abro la puerta y entro.
¡Qué fragancia hay en la panadería!
Es de un señor Sarmiento,
como el de San Juan. Parece mentira.
Me gusta el panadero como pesa.
Pone un pan, otro pan.
Y el soldadito de la aguja empieza
a buscar la verdad.
Don Sarmiento después vuelca en mis brazos
todo su plato de oro,
y me pone en la boca un pan escaso,
negrito, que me como.
Cuando me voy al fin, el soldadito
duerme de pié su sueño,
y está que se despierta si lo miro.
¡Quiero ser panadero!
(*) Todos pueden ser Sarmiento como hombres de bien. El genio es un accidente; pero la buena conducta está al alcance de todos. La moral sarmientina está hecha del amor al trabajo, la observación del deber, la devoción por la verdad y la justicia. (N del A)