Gracias, María Mann (*)
Dulce esposa de Horacio, esposa y madre,
María tutelar,
que recibiste muerto, de Sarmiento,
a Dominguito en tu portal.
Eras como una estrella y no lo eras
con tu brillo irreal,
en aquel día de Sarmiento solo,
muerto en su capitán.
No lo traía y lo traía en hombros
por sobre tierra y mar.
En tus brazos lo puso y no lo puso
como a todo San Juan.
Allí estaba su sueño destruido
para siempre jamás.
La voz de su destino le había dicho:
“Dios te lo quitará”.
Dulce esposa de Horacio, esposa y madre,
¡quién te puede olvidar!
Sarmiento estaba sólo con su pena.
Gracias, María Mann.
(*) Sarmiento conoció, admiró e imitó al gran educacionista y demócrata norteamericano Horacio Mann, y cultivó una estrecha, pura y leal amistad con María Mann, la esposa y continuadora de aquél. Hacia 1856 el prócer está otra vez en Norteamérica. Visita y escribe a su traductora, a su “ángel tutelar”. Cuando muere Dominguito desahoga en ella su tremendo dolor. Es de María Mann el rotundo concepto: “Usted no es hombre para mí; es una nación”. El poema agradece una o otra cosa. (N del A)