Con el primer ensayo de los grillos
tomé el sendero de continuas vueltas.
Recién cobradas, en mis dos bolsillos
se entrechocaban las monedas sueltas.
Hecha sonrisa por el buen destino,
mi faz contaba una intención traviesa:
llegar a tiempo de comprar el vino
y de poner el pan sobre la mesa.
Salir contigo a recoger la ropa;
bajar contigo las tempranas brevas,
y llenarte una copa y otra copa
con puñaditos de monedas nuevas.
Pero al llegar sin que tu amor me aviste,
ganado el beso de la bienvenida,
te hallé en el lecho demudada y triste
cual si estuvieras por morir vestida.
¡Ah, si algún día en mi habitual regreso,
silbando entrara a nuestra casa abierta,
y al ir en busca de tu casto beso,
con mi destino te encontrara muerta!