Frente a frente en la mesa, que es un humilde altar,
hablamos en voz baja del que está por llegar.
Sobre la tinta verde del hule de la cena
la lámpara proyecta su tibia luna llena.
Y una penumbra suave refleja en toda cosa
la flor iluminada de su pantalla rosa.
Cortado del diario que nos llegó en el día,
el molde sufre el peso de la copa vacía.
Molde de camisita que en el papel conserva,
casi todo el dibujo de un pastor en la hierba.
Molde de camisita con una historia trunca,
y la palabra siempre, y la palabra nunca.
Caído de tus manos, el ovillo de lana
estira hasta la puerta su purísima cana.
A tus pies duerme el perro, y a mi calor, liviano,
el libro recibido de un poeta lejano.
Libro de adolescente, libro desconocido,
en mis rodillas juntas, como un recién nacido.
Y he aquí que te digo: _Si tal es tu querer,
también, por tu alegría, yo lo espero mujer.
Pero que siempre sea dulce de condición;
no importa, amiga mía, su mujer o varón.
De modo que en sus manos, ya de José o de Marta,
el pan se subdivida y el vino se reparta.
Aunque después los otros, en un olvido cruel,
sirvan el pan sin ella o el buen vino sin él.
Así, sencillo y bueno, sencillo y sin fortuna,
será de los que tienen su símbolo en la luna.
Que la luna noctámbula, en su piedad remota,
es moneda de todos, y casi siempre rota.