Llegó un viento fuerte que cerró las puertas
al anochecer.
Las calles del pueblo quedaron desiertas.
Tronó largamente. Y empezó a llover.
Me acosté vestido, la llamé a mi lado,
y a mi lado pronto la oí respirar.
La lluvia -le dije- llora en el tejado.
Y ella dijo: Llora porque quiere entrar.
El viento del norte la casa rondaba
con la nota varia de su cascabel.
Y todo mojado la puerta arañaba
como un perro fiel.
El viento -le dije- sacude el aromo
y te pide a silbos hospitalidad.
-Es como un palomo
llamando en la jaula de la soledad.
Pobre del grillito que murió en la cueva
sin poder salir;
pobre de la débil arañita nueva
que tuvo que huir.
Si tú fueras lluvia -dije apenas- nunca,
por amor al grillo, quisieras caer;
y si fueras viento, ni una rama trunca
ni una tela rota se habrían de ver.
Como estaban puestos todos los cerrojos,
ella había dicho: Sueño, no entrarás.
Pero entró lo mismo; nos vendó los ojos,
y no hablamos más.