2ª Carta a Luis Gudiño Kramer
Esperanza, 31 de julio de 1953
Señor Luis Gudiño Kramer
Querido compañero:
Ya sabe que usted es mi albacea. En tal carácter, y si por este antipático frío austral acaba conmigo, le envío Las Malvinas, ese humilde poemita mío al que la prensa seria parece tenerle miedo. A tantos años de Martín Fierro, y en una hora que no es de paz sino de generosa guerra por la causa del hombre, hay todavía quienes no quieren que el poeta «cante opinando». La consigna de esta gente es la de «no comprometerse»; la orden que mandan observar es de una desaprensión que saca la piel de gallina: «Dejad que los otros se rompan el alma. Mientras, cantad a la luna empobrecida de sangre, a la margarita de los caminos que el viento deshoja y a los cenobitas de la edad media que duermen en sarcófagos pesados y sordos». Los temas tiene que proponérselos el poeta, para lo cual lo más indicado es ladearle la cara al pueblo de ojos suplicantes, al semejante, e ir a hablar con las vacas.
Entonces uno se envuelve en una ropa larga y suelta, sin mangas, que permita hablar mal de las espinas del camino, y con paso de nocturno lánguido, fija la mirada en la lejanía, con desprecio de la realidad circundante, avanza majestuosamente hacia el animal que pace o hacia la blanca roca que sobresale del suelo, para exclamar: Oh, vaca; oh, roca (no se arriesga nada con la elección, porque una no habla y la otra no se mueve, sólo tú me comprendes). Inmediatamente después uno se sienta sobre la hierba muelle, busca por el aire el tema formidable, y ¡zas! comienza el soneto, en cuyo último tercero las palabras «mala suerte» y «pálida muerte» deben encontrarse. Además, se hacen cosas maravillosas, decidiéndose a no comprender el mundo, a hacerse el loco, a hablar mal de los hombres, a decir que la humanidad no tiene remedio, que el hombre es un mal sujeto, que la vida no vale la pena vivirla y otras macanas por el estilo. Después usted junta todo eso, hace un libro y se lo dedica a algún difunto. ¡No meterse con los vivos y con los que quieren vivir! La dicha está en el más allá. Resignación y desentendimiento. Esta es la fórmula. O también aquella otra, un poco más egoísta: Después de mí, el diluvio.
Verdaderamente que es una lástima no poseer eso que podría llamarse la aptitud de la locura. Porque vea que hay algunos, muchos, que saben hacerse los locos o los zonzos, ya lamentablemente, no tenemos esa habilidad, y como el personaje martinferriano, no podemos sacar las patas de la güella, aunque vengan degollando. Es nuestro destino. ¡Nuestro noble destino, amigazo!
Y chau, porque si continúo voy a empezar a decir macanas.
Su amigo invariable,