Carta a Juan I. Tamburini (1)
Esperanza, 15 de noviembre de 1967
Señor Dn.
Juan I. Tamburini
Buenos Aires
Estimado maestro:
Respondo a la amable carta de usted, del 10 del corriente mes, que me ha conmovido verdaderamente, y sorprendido, y cohibido, tantas cosas dice ella de mi obra poética, en especial de Gracia Plena, ese libro de mi juventud, tan lejano en el tiempo, que la gente sigue leyendo y prefiriendo, sin que yo, el autor, acierte a comprender ese prendamiento general en el mundo de mis lectores; tanto más cuanto algunos de mis libros posteriores, son, a mi juicio, superiores a aquél, o por lo menos iguales en el aspecto formal y estético y en su intensidad humana. Pero debo estar equivocado. Hay «algo» en ese libro, imponderable, que yo mismo no percibo y que justifica la simpatía del lector que va renovándose. Soy yo mismos el que vacila, cuando, oyendo ocasionalmente alguna poesía de Gracia Plena, o releyéndola, me emociono profundamente como si yo no la hubiera escrito. Es probable que de todos mis libros sea ese el más sentido de mi producción poética; pero no puedo asegurarlo, porque todo lo que he hecho antes o después, ha respondido a una necesidad interior, a un dictado del alma que quiere desahogarse. Yo no he gozado más, ni padecido menos, al escribir Maternidad que Nguyen Van Troi (fusilado cruelmente en Vietnam), poema éste publicado en «Propósitos» el 17 de junio de 1965, y puesto a elegir es muy posible que me quede con éste último, que también es un canto a la vida, además de una denuncia por una muerte estúpida.
Sea como fuere, el recuerdo del pueblo tiene la última palabra, porque estoy hecho a la idea de que es el medio quien crea a sus poetas, y consiguientemente, es el hombre quien memoriza aquello que ha de perdurar, porque se reconoce en cuerpo y alma en la voz que canta.
Trato de hacer memoria de lo que escribí a usted a principios de mes. Para comprenderme mejor, quiero que me ubique como un poeta que ya se ha salido de su piel, y comparte el drama de la humanidad, y especialmente el del mundo que lo rodea, dentro del cual es actor y testigo. El regocijo de los hechos buenos tanto como donde tales cosas ocurran. Mi pensamiento, respecto de la función social del escritor, participa, por ejemplo, de Vargas Llosa («Primera Plana», 1967, Nº 245), y más que pensamiento es en mí sentimiento, o asociación natural de lo uno con lo otro. El canto –lo he dicho alguna vez− sostiene el corazón del hombre; pero no es sólo recreación, y es igualmente legítimo cuando fluye agresor de los hontanares del alma lastimada, para hacer entrar en vereda a la sociedad en falta. Por tanto, el poeta es inconscientemente heroico, y no le está consentido desoír la verdad que lleva adentro o adulterarla. Cuanto más sinceridad y amor ponga en lo que dice, más pura será su voz y menos contemporizadora. Hay que decir lo que la conciencia manda, por dolorosa que fuere, porque quién es sensible a la contemplación, pierde poco a poco su poder espiritual. Este rigor alcanza al historiador.
Yo quisiera mandarle algún recuerdo, pero no tengo nada en mano en este momento. Ha aparecido un disco con mi voz; allí está Maternidad y varias poesías más. Tal vez quede algún ejemplar por ahí. Si quiere tenerlo véalo a Yanover(2) (Librería Norte) Pueyrredón 1454. Los que yo tenía, los he regalado. Sólo me queda uno.
Reciba mis saludos afectuosos y respetos para su hogar
José Pedroni
25 de Mayo 1313
Nota: Envíele un libro a Adolfo Cristaldo(3), Colombia 342, Trelew (Chubut). Dígale que lo hace por indicación mía.
(1) Juan Tamburini: Escritor y editor de Buenos Aires. (N del E)
(2) Se trata del poeta Héctor Yannover. (N del E)
(3) Adolfo Cristaldo: Poeta chaqueño. (N del E)