Carta a Leticia Roffin (*)
Esperanza, 20 de diciembre de 1962
Srta.
Leticia Roffin
Reconquista
Distinguida señorita:
Tengo el agrado de acusar recibo de la amable carta de usted de fecha del actual.
Le agradezco los conceptos que se sirve formular alrededor de mi obra literaria. La opinión de usted tiene para nosotros, los escritores, el valor de lo que responde al dictado de la emoción, de cuya autenticidad no se puede dudar. Certifica que el mensaje ha llegado a destino, y consiguientemente, que tiene alguna probabilidad de perdurar en el tiempo. Quienes no «escribimos por escribir» (Sarmiento) sino para ponerse al habla con el hombre, que es nuestro amigo, pues lo que nos interesa y conmueve es el acontecimiento humano, experimentamos un sentimiento de verdadero placer cuando obtenemos del lector –como en el caso de usted− la respuesta que buscábamos. ¿Qué sentido puede tener la poesía que no sea vehículo de idea y sentimiento, personal o colectivo? El poeta no es más que la voz del pueblo, transfigurada en belleza. El pueblo lo acepta cuando se reconoce en ella, y la hace suya en el recuerdo, hasta sentirse autor de lo que canta. Lo auténticamente bello es aquello que pasa al patrimonio común, no por función de la crítica, sino por simpatía de la gente que tiene el íntimo conocimiento de lo hermoso y verdadero, y que pocas veces −nunca− se equivoca.
Le debo, pues, esta alegría: saber que usted ha sido alcanzada. Tal vez logre un día, pienso, lo que siempre he deseado: no ser olvidado. La gloria no es más que eso.
Desearía poder enviarle algún libro, a título de amistoso recuerdo; pero ya no tengo ejemplares en mano. Si usted tiene consigo alguno (acaba de salir La Hoja Voladora, de la «Editorial Eudeba») y me lo envía, será un placer para mí, firmárselo.
Le saludo muy afectuosamente. Le deseo toda suerte de éxitos en sus estudios. Saludos a sus maestros y sus padres.
José Pedroni
(*) Suponemos una lectora (N del E)