Bolsa
Dicen que el hombre es malo.
Te digo que no es cierto.
He dado la vuelta al mundo.
Esta es mi bolsa y la vuelco.
Aquí está la cadena
de los marcados a fuego,
la lámpara que quedó encendida
en la frente del minero,
el látigo del castigador de esclavos,
el hacha ensangrentada de Euno. (1)
Pero también las alas
que hizo para sí mismo Dédalo, (2)
y las de mariposa,
con que mandó su hijo al cielo.
También el yunque que derrama estrellas
de Vulcano, el feo; (3)
el bastón de Moisés,
liberador de pueblos;
la flauta del pastor
debajo del cedro.
Me alejé seis mil años
por el borde del tiempo.
Estuve en las canteras del Nilo, (4)
y más allá, con Prometeo. (5)
Ven a mirar el tallo de cicuta
con que nos trajo el fuego.
Llegué hasta la mujer que con una espina y otra espina
peinaba su pelo;
hasta el hombre que para enamorarla
labraba un ala, el remo.
El espejo de Eva
lo hizo Adán, su compañero;
de obsidiana lo hizo, (6)
y vio que era bueno,
porque Eva le sonreía
a la otra Eva del espejo.
Aquí lo traigo con la aguja
de pasar los inviernos,
con el dedal de las esperas,
sombrerito del dedo.
En la casa del artesano
estuve un día entero.
Vi girar la tierra
en su rueda de alfarero.
La rueda hacía cántaros para samaritanas, (7)
ánforas bailarinas de largo cuello.
Este es el vaso
que dio de beber al sediento.
Entré a la tienda de Anaximandro. (8)
Lo hallé de cera y sin sueño.
Había hecho el Gnomon para indagar la sombra. (9)
Estaba trazando el mapa de los marineros.
Se decía a sí mismo:
“La tierra es el centro del universo”.
Teodoro de Samos (10)
estaba bronceado y sediento.
Tenía el sol en su casa.
Me dijo: “Lo estoy fundiendo.
Lo fundo para el hombre.
Estoy contento”.
La llave, la escuadra, la regla, el nivel,
brillaban en el suelo.
El nivel de Teodoro
tenía su lágrima adentro.
Era oscura pero luminosa
la cueva de Cleanto, jornalero. (11)
había en ella un banquito de tres patas,
uno sólo, me acuerdo.
Aquí lo traigo con su cubo de agua,
que está vacío pero lleno.
Para volver a nuestros días
di un salto en el tiempo
_se me llenaban los brazos
de panes buenos_,
desde las Tablas de la Ley (12)
a las tres sillas del acuerdo, (13)
cuando el enemigo del hombre
se hundía en su infierno;
desde la aguja de marear (14)
que descubría un mundo nuevo,
a la escudilla de madame Curie, (15)
vacía y con lucero;
desde la cruz al casco blanco
de Schweitzer, enfermero, (16)
y a las gafas de alambre
de Gandhi el sereno, (17)
y a las botas con tierra de Juan XXIII (18)
cuando era sargento,
y al cartel de Russel sentado en la calle ((19)
con la palabra quiero.
De vidrio verde
era el tintero de Sarmiento. (20)
También lo traigo aquí.
Me lo dio de recuerdo.