Escoba
Cuando encuentro una escoba con alguna semilla salvada,
me acuerdo de la mujer del ciego Becerra que las sembraba,
y de unos pájaros azules que del lado del agua
venían al escobillal para que yo los mirara.
La mujer de Becerra se llamaba María.
Pensad en algo hermoso: en el día.
Vedla junto a su tierra arada,
llevándose a la boca un terrón, embriagada.
Nunca me preguntó que hacía yo es su escobillal.
Le agradaría ver a un niño, como a mí su delantal.
Porque ella tenía un delantal color de flor de lino
donde volaba, blanco, un pájaro marino.
¿Dónde estará la mujer de Becerra,
que sembraba su escoba y probaba su tierra?
¿Estará junto al escobillal,
con aquella gaviota en su delantal,
que con el viento levantaba vuelo
y le volaba alrededor del pelo?
¿Y donde estará su marido
que miraba sin ver el lino florecido,
que hablaba del color de sus amapolas
y hacía unas escobas que barrían solas?
No los he vuelto a ver.
Muchas lunas se han ido, y no quieren volver.
Mejor es encontrar
una semilla en una escoba y ponerse a pensar.