1
¡Ha muerto! ¡Quién diría!
Ayer no más íbamos los dos
por donde el camino quería.
Yo le hablaba dulcemente de Dios,
y el se reía,
no de Dios, por cierto,
sino de mi filosofía.
Acabarás por huir al desierto
_me decía_.
Apártate de la tribulación,
que sabio es el hombre ¡oh amigo!
que tiene en placer
el corazón.
Y en verdad te digo
que si Dios existe
(lo que no puedo creer).
Dios tendrá pena
de verte magro y triste.
Gocemos, pues,
como la vida manda
de esta hora serena
que tú lo ves,
se está gastando fina y blanda
como la arena.
2
Íbamos juntos. Una perdiz
_no se sabía en qué lugar_
silbaba feliz;
el sol,
a falta de mar,
se había hundido en el linar;
la brisa, en caracol,
jugaba a no dejarse tocar;
en el camino,
con un pájaro en la cruz,
sin moverse, un pollino
esperaba a Jesús;
a la vista del monte
_su comunidad_,
un álamo, como un capuchino,
había hecho alto en el horizonte;
y en el ocaso, sola,
la margarita de un molino
invitaba a la inmensidad
a deshojar su corola.
Y él dijo:
_Con Lucrecio, tu colega genial, (1)
no creo en lo sobrenatural,
ni en un único Dios,
ni en la divinidad del hijo,
extraordinario, de María,
cuya voz
dejó en la tierra un misterioso mal.
Creo, en cambio, en la sabiduría
de Epicuro, tan humano, (2)
(el único que conoció la verdad,
según Luciano) (3)
y soy un devoto de su razón
porque me deja en libertad
el corazón.
Vano, si, vano
es el dolor ¡oh amigo!;
más que vano, enemigo,
Y quiera tu buena suerte
que muy pronto los dos
no hablemos más de Dios
ni de la muerte.
3
Volvimos juntos. Subía
en ala lerda y ancha,
con su intuición de la serena altura,
el alma simple del día;
el humo sin mancha.
Las palomas del cura
_el campanario era el palomar_
daban su última vuelta circular
con el avemaría.
Como el de la Escritura,
entre una nube, divino,
el lucero se movía.
Grave, un buey cargaba el destino,
y triste, de la lejanía,
un aire extranjero de camino
llegaba y se volvía
para amargura del corazón.
De pronto a nuestros ojos, suelto el pelo,
como traídas por la canción,
tres doncellas
(de las tres una era mía)
aparecieron con la disposición
de Las tres Marías del cielo.
Y él dijo: _Son ellas.
Vienen a mí. Levantan
la mano a las estrellas.
Ahora cantan.
¿Verdad, poeta, que son bellas?
Así es _respondí_: tan bellas,
que sin querer
alzo a Dios la mirada.
Ante ellas,
¡oh amigo! ¿cómo creer
en eso de la nada?
Su casa al fondo,
tenía la ventana iluminada.
4
¡Ha muerto! ¡Quién no llora!
Junto a él, de rodillas,
desde que dio la hora
de ir a despertarlo en puntillas,
las tres hijas de su corazón
callan con la disposición
de Las tres Marías del cielo;
junto a él, suelto el pelo;
junto a él, cuya vida
como ninguna plena
de juventud,
para no molestar
a los que le querían
(lo hallaron con la mano en actitud
de alzar agua o arena),
se acabó de gastar
cuando todos dormían.
(1) Lucrecio: (99 a. C. - 55 a. C.), poeta y filósofo romano. (N del E)
(2) Epicuro: (Samos, 341 a. C. - Atenas, 270 a. C.), fue un filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo). (N del E)
(3) Luciano: (Samosata, Siria, 125 - 181), escritor sirio de expresión griega, uno de los primeros humoristas, perteneciente a la llamada Segunda sofística. (N del E)