HOMENAJE AL POETA ARGENTINO JOSE PEDRONI
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Canto a Juan


1
 
No eres un general, ni un sabio, ni un artista;
eres el maquinista
de la fábrica, ¡oh Juan! (Yo soy el contador,
aunque también poeta, que no todos, lector. . .).
Tu función, pues, no es otra que hacer el primer fuego,
tocar a tiempo el pito, mascullarle un reniego
paternal al manómetro y sentarte a fumar.
¡Ah! también madrugar,
cosa mucho importante como sabes decir,
y con razón, por cierto, que a tu poco dormir
le debes el honor de ser el primer hombre
del pueblo que en el cielo vio el cometa sin nombre,
aquel que Martín Gil. . . Pero éste no es el cuento. (1)
Lo que quiero cantar es tu acontecimiento
de inmigrante sin suerte,
tu vida, tu muerte,
y eso que hay en tus ojos, y en tu paciencia ancha,
y en el temblor de hoja de tu mano sin mancha,
y en tu andar no común de can que sigue al amo,
y en tu buena palabra dicha en mal castellano,
y en el pan de tu alma, y en tu color de pan,
¡oh Juan Wesplate, oh Juan!
 
2
 
Naciste en ese barco sacado a flote: Holanda,
y sobre el mismo rumbo que en golfo azul se agranda.
¿Debo decir que el agua fue tu primer juguete;
que tu primer hazaña tocar el gallardete;
que tu primer ensueño la gran bahía en calma;
que tu primer terror el temporal sin alma?
¿Debo decir que el saco se te vació mil veces;
que tu red no era aquella del capítulo trece
de Mateo el apóstol, donde holgaban los peces;
que no sabiendo nada de la Biblia cumplías,
a fuer de pobre y simple, lo que enseñó el Mesías
acerca del vestir, y del no atesorar,
y del poco comer, y del mucho esperar?
¿Debo decir que nunca tuviste la alegría
de ir en viaje a otro pueblo? ¿Debo decir que un día
tomaste compañera porque tu padre dijo,
como los viejos padres: “Debes casarte, hijo”?
¿Debo contar tu miedo de esa noche, decir
que la emoción te hacía, como a un niño, reír;
que eras un niño grande, que bebiste y bebiste
para tomar coraje, y que al fin te dormiste?
 
3
 
Tu sostén, tu alegría, tu religión, tu paz;
todo lo del Talmud fue tu mujer, y más. (2)
Su amor, en estaciones,
con castidad de árbol te prodigó sus dones:
y fue primero el dulce Cantar de los Cantares (3)
(el mismo de la Biblia, pero no con collares);
y en seguida la dicha de sentarse al telar,
y después la congoja frente al vaivén del mar,
y a su tiempo el sopor de la espiga madura,
y un día la palabra cargada de ternura:
_Juan no salgas, quizás. . .
Tu sostén, tu alegría, tu religión, tu paz. . .
_paloma de tu hombro, cayado de tu mano_;
la que a tu barca vieja le dio su nombre llano
(llamándote tú Juan y siendo ella tu hermana,
no es lo más natural que se llamara Juana?);
la que al servirte el vino se servía en tu copa;
la que estaba en el vaho de tu plato de sopa,
y en el profundo aseo de la paila de cobre,
que era por cierto espejo de tu barba de pobre,
y en el humo que honraba la viga de tu casa,
y en lo que deja el humo: la medio oculta brasa
(la brasa es lo mejor
para encender la pipa cuando reina el amor).
Tu sostén, tu alegría, tu religión, tu paz. . .
La que no dijo nunca la palabra jamás;
la que buscando el céntimo, callada y prevenida,
confirmó la parábola de la dracma perdida;
la que ante el arca hincada, de entre los viejos paños,
alzó un día un secreto que tenía diez años:
_Juan, aquí está el dinero.
¡Salgamos para América en el primer velero!
 
4
 
Dolor de vender todo. . . dicha de regalar
la red y el par de botas. . . impaciencia de mar. . .
júbilo de partir. . .
cansancio de agua y cielo. . . ganas de no seguir. . .
emoción de pisar la tierra ajena. . . amor. . .
amor inmenso. . . esperanza. . . ¡estupor!
 
 
Estupor de encontrarse con las manos vacías
después de haber arado tantos y tantos días.
Palidez en la puerta frente a la noche aciaga.
Mudez bajo la lámpara, sobre la mesa impaga.
Puños al cielo, cólera, y lo terrible: ¿existe?
¡Oh, Juan, por qué viniste!
 
5
 
América es así: para unos generosa
y avara para otros como mujer hermosa.
Tu estabas entre estos,
y he aquí que debían no colmarse tus cestos.
Si el fuego sobrevino,
el fuego fue a tu mies y no a la del vecino;
si la plaga llegó,
la plaga entró a tu tierra y en la del rico no;
si la muerte antojóse por una esposa triste. . .
¡Oh, Juan, por qué viniste!
 
 
Rayo contra tu rucio, piedra sobre tu viña, (4)
que en tu ternura eran un niño y una niña.
 
 
Todo lo del Talmud se derrumbó en el viento,
y arena y más arena cayó en tu pensamiento.
 
6
 
¡Pero, que ibas a hacer!
La voz de tu mujer,
como antes de morir, ¡cásate! _te pedía_,
por ellos, por los dos. . .
Y de tan desolada, ya era la voz de Dios.
Tú al fin, después de años, alzaste la cabeza
que había envejecido con la sien en la mesa,
y así como aquel día que tu padre te dijo
“¡Debes casarte, hijo!”,
camino del azar,
saliste por esposa que te quisiera amar,
mientras en un recodo
del cielo aquella voz se moría del todo.
 
7
 
América es así, para unos generosa
y avara para otros como mujer hermosa.
Con el hogar en pie,
remaneció en tus ojos el barco de la fe.
Y en un esfuerzo enorme
de Atlante castigado que te dejó deforme, (5)
treinta años más, sin tregua, fijo en la rabia el codo,
pulseaste con la suerte que te negaba todo;
treinta años más el fuego de la caldera hiciste;
treinta le echaste leña, treinta la maldeciste,
los ojos en sus fauces, para tenerla atada,
¡y nada, nada, nada!
 
8
 
Oh amigo, estaba escrito
que el manantial de América fuera en tu caso un mito.
Aquí también, oh Juan,
unos hacen de dientes y otros hacen de pan.
“La canasta del mundo”, por muchos encontrada,
para otros fue la canasta no hallada.
Hombre de mala suerte,
llegaste sin un céntimo al día de tu muerte.
Ni la ironía amarga de la jubilación
le faltó a tu ilusión.
Ella fue la cicuta
que en su hora de engaño la política astuta
te dio a beber, mordaz,
como taza de paz. (6)
Oh Juan, no merecías que en tu resignación
los hombres le mintieran a tu pobre razón.
No, no lo merecías,
si no por tu bondad, por los miles de días
que, encenizado el pelo y engrasados los codos,
tocaste al alba el pito que es el reloj de todos.



 
(1) Martín Gil: (1868 - 1955) abogado, político y prolífico escritor argentino. Con una especial afición por la astronomía y la meteorología, actuó a principios del siglo XX tanto en Córdoba como en Buenos Aires. (N del E)
(2) Talmud: obra que recoge principalmente las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias. (N del E)
(3) Cantar de los cantares: conocido también como Cantar de Salomón o Cantar de los Cantares de Salomón, es uno de los libros del antiguo testamento de la Biblia. (N del E)
(4) Rucio: Burro, asno. (N del E)
(5) Atlante: En la mitología griega, joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros los pilares que mantenían la tierra separada de los cielos. (N del E)
(6) Cicuta: Veneno vegetal extraído de la planta del mismo nombre. (N del E)
 
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POETA  
  Yo fui niño una vez,
pero hace mucho.
Me dormía enroscado en la vereda.
Hay una voz que todavía escucho.
Hubo una mariposa. Era de seda.

Debió pisarme
alguna vez un hombre.
Debió mirarme una mujer dolida.
Yo no me acuerdo.
No tenía nombre.
Era, me acuerdo,
como liebre herida.

Enamorada de mi sangre sola
que se dormía al sol
en cualquier trigo,
la mariposa entraba en mi corola.

Yo no sé lo que ella hizo conmigo;
pero ella iba detrás de mi amapola,
ella y la voz que me llamaba amigo.

José Pedroni - 1961
 
SITUACIÓN  
  Paloma, espiga y ancla,
a 31 grados y 25 minutos
de latitud Sur
-línea del río y la calandria-
y 60 grados y 56 minutos
de longitud,
está mi tierra: Esperanza.

Es un pequeño punto palpitante
hacia el norte del mapa;
boya del trigo verde
corazón de la pampa.

José Pedroni - 1956
 
PLOMADA  
  Cuelga de un hilo de pescar la pesa
y es un pequeño mundo,
suspendido.
Un ángel invisible la sostiene.
Señala el centro de la tierra,
herido.

Sigue su vertical,
hombre constante,
y llegarás a Dios,
hombre afligido.

José Pedroni - 1963
 
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