Rindió mi instancia a tu ternura inerme,
y me lancé descalzo bajo el cielo.
En la puerta de calle, hasta no verme,
me siguió tu recelo.
Recién oído tu consejo suave,
malgasté la moneda que me diste;
y al despertar, junto a mi rostro grave,
tú nuevamente triste.
Desconforme del hijo que tenía,
mi padre se acercó malhumorado.
Su palabra más dura me traía.
Tú lo miraste, y se quedó callado.
Cuando se fue, sobre tu mano inerte
quise humillar mi voz;
pero no supe que decir al verte
tan parecida a Dios.