1
Muro soy, sin duda alguna;
muro de una sola piedra,
y tú la que baja en luna,
y tú la que sube en hiedra.
2
Sobre el muro de mi pecho,
por no saber esperar,
me puse a pensarte muerta
y poco a poco a llorar.
Tu sombra _hermana del agua_
sentí llegar a mis pies.
Abrí los ojos: no había
más que un lejano ciprés.
Lágrima tuya ligera
sentí en mi mano llamar.
Alcé los ojos buscándote:
alta nube sobre el mar.
El viento trajo tu nombre
y el mío en una canción.
Puse mi oído en la arena;
sólo oí mi corazón.
Cayó la noche llorando,
¿cuánto te esperó mi amor?
Estaban altos y solos
la luna y su leñador.
Con el brazo, como un niño,
mi rostro desarené,
y, fatal, tomé el camino
que sube hasta perder pie.
Pero mi sombra en las piedras,
como por arte lunar,
se desdobló ante mis ojos
cuando ya caía al mar.
Éramos dos los que íbamos
a morir por tanto amar.
3
Bajo la luz de tu pelo,
como de estampa mural,
mi corazón encerrado
picapedreaba fatal.
Se oyó el ángelus, y a poco,
venida torva del fondo,
sobre las casas _palomas_
la noche voló en redondo.
Cerró sus ojos el niño,
la madre apagó su voz,
y el pueblo, casa por casa,
se fue echando junto a Dios.
Quedó al fin bajo la única
estrella un pino derecho,
y por obra de tu pelo,
el sol dormido en mi pecho.
4
Era un mar en el crepúsculo,
por tranquilo más inmenso;
en el mar una gaviota
y sobre el mar mi silencio.
En lento viaje cantado,
la corriente por derrota,
pasó una barca, y tras ella
mi silencio y la gaviota.
¡Ay, que estoy solo! _pensé_
Mi corazón, ¡que maltrecho!
¡Ay, quién cantara al volver,
junto a mí, de trecho en trecho!
Y tú empezaste a llorar
y a cantar sobre mi pecho.
5
Salí para no volver,
para no volver a verte;
porque mi amor era tal
que siempre hablaba de muerte.
Llegué hasta el único barco
que al atardecer salía,
y el mar, fresco como tú,
me llevaba y me traía.
Mirando un punto lejano
la luna roja me halló.
Volví a tu lado; en tus ojos
el mar me reconoció.
6
Un fuego en mi puerta hice
para poder esperar,
y en un álamo lejano
en ti me puse a pensar.
Me desperté con tu nombre
y hallé, donde el fuego, un globo
de nieve, y en el camino
una huella y no de lobo.
Tibia ¡oh sorpresa! mi frente;
tibio mi pecho menguado,
como si hubiera dormido
toda la noche a tu lado.
Tú estabas de pie, sonriéndome,
con el cabello nevado.
7
Dormido estaba a la sombra
de un viejo muro partido
la sombra se fue en puntillas
y al sol me dejó dormido.
Me desperté con tu nombre,
roído el muro de grillos;
la luna por alumbrarse,
los tejados amarillos.
Frescas ¡oh dicha! Mis manos,
fresca mi boca de estío;
el mar, mi pecho desnudo;
mis pies descalzos, el río.
Monedas frías mis sienes,
musgo de piedra mi vello,
como si hubiera dormido
toda la tarde en tu cuello.
Tú estabas de pie, sonriéndome,
con el sol en el cabello.
8
En la puerta, ante el silencio
del pueblito en que naciste,
eras contra mí una flor
cerrándose blanca y triste.
Sonó de pronto un disparo
y otro entre los sauces flojos,
y en el blanco de mi pecho
se hizo la luz de tus ojos.
¿Por qué pronuncié tu nombre?
¿Por qué en la puerta, cruel,
me apoyé lánguidamente
como muriendo con él?
¡Ay, en tu grito el terror
de verte sola y perdida!
¡Ay, en mis ojos cerrados!
¡Ay, en mi mano caída!
Versos que decirte tuve
para volver a la vida!
Palabras que no se han dicho,
para ir cerrando tu herida.
La luna había pasado
sobre el pueblo en que naciste,
cuando en mi pecho otra vez
te cerrabas blanca y triste.
Caía de tus pestañas
el perdón que no me diste.
9
No se veía en la noche
la telaraña del muro.
Cayó en ella la luciérnaga:
¡Ay de su berilo puro!
Árido estaba mi pecho
como olvidado de Dios.
Tú en él te apoyaste triste,
dulce y triste: ¡Ay de los dos!.
¡Quién te libra de seguirme!
¡Quién me salva de morir!
¡Ay, que no puedo dejarte!
¡Ay, que no te puedes ir!
10
_Niña mía: ¿por qué siempre
tu frente en mi pecho obscuro;
si no tu frente, por qué
tu oído, como en un muro!
_Mi frente, por lo que tiene
de luna y de flor; mi oído,
para olvidar y morir
sobre mi nombre latido.
11
Paredón de las afueras
que todos ven al llegar;
palomas te trajo el viento:
¡para siempre palomar!
Paredón de las afueras
que te querías caer:
semilla te trajo el viento:
¡tuviste que florecer!
Paredón de las afueras
contra el que lloré una vez:
¿que le dijiste a la niña,
que vino a verme después?
12
Muro soy, sin duda alguna;
muro de una sola piedra,
y tú en el sol, la luna,
la lluvia, el nido, la hiedra.